El arte y los proyectos de desarrollo

Un proyecto de desarrollo busca transformar la realidad.  Se interviene para cambiar, modificar, alterar una situación que va en detrimento de la calidad de vida de las personas que la padecen.  En la formulación del proyecto se proyectan acciones con la intención de remediar una situación.

Estas acciones persiguen unos resultados.  Resultados que en su conjunto deben ser transformadores.

La formulación y articulación de estas acciones es en buena medida un proceso de creación artística.

El arte tiene efectos transformadores.

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Reflexionando sobre este aspecto de la acción intencional, me encontré con las ideas de Freire sobre La vacuidad del arte y me pareció que encajaban en la argumentación de esta nota:

En una época de conocimiento abundante, exuberante y casi excesivo, lo realmente valioso es nuestra capacidad para conectar ideas y personas creando nuevas ideas y contextos. Esta era conceptual necesita creadores capaces de conocer críticamente nuestro mundo, tener visión global, aproximarse con empatía a otras personas y provocar nuevos puntos de vista y sentimientos en sus públicos y pares. La creación en general y el arte en particular son en este contexto agentes imprescindibles para la transformación social. Pero no es éste un papel predeterminado y al que se llega sin esfuerzo; si los artistas quieren jugar ese papel y lograr la relevancia asociada necesitan evolucionar de acuerdo con los cambios que estamos viviendo en nuestra sociedad. Y de la confrontación entre esta esperanza y cierta desilusión con la realidad surge este texto.

¿Cuáles son los problemas de (buena parte) del arte actual?

* Una preocupación exclusivamente formal y estética (la «calidad» del objeto) que convierte la práctica artística en un puro ejercicio formal. Una forma de artesanía, en el mejor de los casos, extraordinariamente depurada.
* La obsesión por el objeto (el producto, «la obra») olvidando la relevancia del proceso como parte esencial de lo que deberíamos entender como creación.
* La investigación entendida, de una forma simplista, como una forma de reflexión individual e interna. En lugar de lanzarse al mundo para recabar datos, sensaciones y experiencias, el artista se encierra en si mismo y espera en su ensimismamiento que nazca una nueva gran teoría que explique el mundo y que pueda traducir, de nuevo, en un objeto. Una versión reducida de este problema afecta a los artistas que conciben la investigación como un proceso de exploración casual y superficial que sirva como excusa a la creación.
* Suponer que juega un papel transformador y/o una conciencia crítica de la sociedad, sin sentir la necesidad de demostrar o evaluar críticamente como su práctica demuestra ese supuesto rol.
* La incapacidad de colaborar realmente, más allá del encargo para la resolución de problemas técnicos.

Los dos primeros problemas podríamos resumirlos en la patología de la «estética del objeto» que aproxima al artista a algunos diseñadores. Los tres últimos serían las señales de la patología de la «torre de marfil» que los aproximaría a muchos intelectuales y científicos. Al fin y al cabo, un artista que supere estas patologías se convierte en un híbrido peculiar de intelectual, científico y diseñador.

Pero, a pesar de lo anterior, existe una posible (y necesaria) utilidad del arte:

* como un proceso híbrido de investigación y creación que permite, por una parte, entender la realidad (produciendo nuevo conocimiento) mientras, al tiempo, imagina soluciones y futuros alternativos.
* como parte esencial del proceso educativo, que solo puede suceder a partir de la experiencia y que incluye como objetivo esencial la vocación de transformar la realidad.
* como proceso comunicativo al actuar como motor de la interacción social y provocar la participación. La comunicación es, además, una parte esencial de la investigación y educación para una era conceptual que se basa en las conexiones entre ideas y personas.