Con 500 dólares, mucho ingenio, y ganas de pasarlo bien, Luke Geissbühler y su hijo Max de siete años se pusieron en la tarea de hacer una nave espacial. Su nave espacial consistía en un globo de helio que debía estallar al alcanzar los 19 pies de diámetro con una cámara fotográfica de alta definición colocada en una cápsula hecha a mano.
Al margen de la belleza de las imágenes y las astucia y perseverancia de los protagonistas de esta historia, vale la pena resaltar los elementos del contexto cultural (cultura científica y tecnológica) en que vive esta familia que hacen posible que imaginen y realicen un proyecto de estas características en su tiempo libre «just for fun».
Cuando se le pregunta a Max qué quiere ser de mayor, él no responde astronauta, él quiere ser científico.
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