Para expresar el coste energético del trabajo humano no existe una fórmula unívoca . Podemos calcular el coste energético neto del trabajo, como lo enseña Vaclav Smil y obtener un valor. Por otro lado, gran parte de la energía que los humanes necesitamos como especie está asociada a los aportes de energía indirecta necesarios para los procesos de interacción y aprendizaje social. Paradójicamente nuestro éxito evolutivo no ha estado en ahorrar energía sino en consumir más energía para realizar procesos cada vez más sofisticados de interacción y aprendizaje social.
El costo de nuestro éxito evolutivo es el de tener sistemas cada vez más eficientes para proveer la energía que requiere la evolución cultural. En ese contexto analizar la gestión de los sistemas agroalimentarios requiere de una mirada más comprensiva. Los mecanismos de gestión de esos sistemas deberían basarse en lo que parece indicar que ha sido exitoso para la especie, teniendo como referencia una escala temporal más amplia: cooperación, buen reparto intergeneracional y división del trabajo.
La tecnología actual permitiría el aporte necesario para satisfacer el gasto energético total pero los fallos en su sistema de gestión lo están impidiendo. Tal vez, reconocer que el sistema debe estar orientado por la cooperación, la equidad intergeneracional y la división del trabajo sea un paso necesario para afinar esos factores extrínsecos necesarios para que la tecnología funcione bien. A día de hoy no está funcionando bien y el costo de estos fallos es elevadísimo.